lunes, 9 de octubre de 2017

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Publicaciones Semanales Breves 46     -     29 09 2017

 
SALUD Y STRESS  -  Trabajar sobre Uno Mismo Mejora el Stress


Cuando fuimos niños nuestros padres guiaban nuestro desarrollo. Ellos eligieron por y para nosotros, establecieron prioridades, decidieron sobre lo bueno y lo malo, lo que debíamos emprender, lo que deberíamos esperar e incluso, sobre aquello que no sería para nosotros.

Luego, con el crecimiento, al convertirnos en personas “más mayores”, más autónomas; desarrollamos el sentido de responsabilidad que nos llevó a hacernos cargo de nuestras decisiones y el consiguiente resultado en términos de crecimiento personal y profesional.

En nuestro camino, con frecuencia hemos tenido que atravesar situaciones difíciles, experimentando así dificultades para hacernos cargo de nuestras propias decisiones.

Así hace su aparición entonces la queja. En infinidad de situaciones oímos a la gente quejarse por “lo que no pudo alcanzar”, “por la mala suerte”, etc. Sepamos que cuando quedamos atrapados en la queja nos paralizamos y perdemos nuestra potencia creadora.

El circuito que se produce es el siguiente: Al quejarnos producimos un breve alivio por la descarga que realizamos. Pero tengamos presente que este alivio va acompañado de algunos elementos tóxicos, que podemos identificar, por ejemplo, en cierto sabor amargo, acidez estomacal, desgano, “nerviosismo” u otros síntomas que se localizarán en alguna parte del cuerpo.

En realidad lo que trata de hacer nuestro organismo con ello es avisarnos que algo no está funcionando bien. Pero nuestro sistema perceptivo no siempre registra e interpreta esos mensajes como avisos que dan cuenta de algún estado de insatisfacción.

Mecanismos de Regulación

La naturaleza nos ha dotado de inteligentes sistemas de alarma y auto-regulación mediante los cuales podemos restablecer el equilibrio cuando éste se ha alterado. Así cumplen con su cometido de preservar la salud.

La sensación de cansancio, los trastornos en el sueño, la irritabilidad, las contracturas musculares y muchos otros síntomas constituyen las señales de ¡Cuidado!, ¡Despacio!, ¡Pare!. Y muchas veces desafiamos a estos sistemas pretendiendo no escucharlos.

Son mecanismos de auto-cuidado que cuando no los registramos, cuando nos tornamos “sordos” a tales mensajes y se mantienen a lo largo del tiempo, terminan enfermándonos, con síntomas aislados primero, luego con su instalación definitiva y más tarde con la estructuración de la enfermedad.

Resulta sorprendente ver como al hacer las cosas en oposición con nuestros propios deseos, podemos llegar a generar una úlcera gástrica, un trastorno cardiovascular, insomnio, dolores de cabeza intensos e incluso un cáncer.

El sentimiento de inseguridad y sus consecuentes temores, o la sensación de impotencia que sentimos frente a la percepción de cambios que serías bueno encarar o tomar nuevos desafíos, nos llevan a desarrollar una “ceguera” que nos impide valorar la dolencia e interpretar su mensaje para comprender profundamente lo que nos está ocurriendo y pensar en qué debemos hacer para modificar la tendencia de la situación.

Darse Cuenta

Es probable (y deseable) que en algún momento nos preguntemos ¿para qué desarrollamos esta “sordera/ceguera”, cual será el beneficio secundario, para qué podrá resultarnos útil?

Este interrogante suele surgir natural y espontáneamente en uno mismo, o lo que es más frecuente, en el marco de una situación de encuentro afectivo, de respeto y cuidado mutuo, en situaciones vinculares saludables y obviamente, también en el contexto de una buena psicoterapia.

La vida es generosa y siempre se nos presentará la oportunidad de encontrarnos en alguna situación en que nos conectaremos con esta reflexión. Esto no es algo que ocurra por casualidad. Es un momento de “despertar”, de apertura. También lo es de crisis y genera inseguridad, temores. Con frecuencia, hasta un incremento pasajero de la dolencia.

Si nos conectamos con nuestro sufrimiento, su percepción será el inicio de un camino hacia la apertura de nuestra conciencia.

Cuando se ha iniciado este proceso de darnos cuenta, resulta imposible el regreso a estadios anteriores. Cualquier intento de calmar nuestras propias ansiedades pretendiendo no mirar lo que se nos ha revelado, será sólo un intento fallido de convencernos a nosotros mismos de algo que no nos resultará ya creíble.

En este punto el sentimiento de soledad se hace más grande e intenso y muchas veces va acompañado de fantasías que nos hablan de que no podremos cambiar.

Resulta claro entonces que hay cosas en nuestras vidas sobre las que nadie más que nosotros mismos puede hacer algo para modificarlas. En el mejor de los casos, alguien puede acompañarnos, pero no podrá hacer por nosotros lo que no podamos hacer nosotros mismos. Nos conectamos así con nuestra propia responsabilidad de decidir.

Hacernos cargo

Desde esta conciencia de soledad adulta ya no podremos pretender responsabilizar a nadie por nuestros propios desaciertos. Quedamos confrontados con nuestras capacidades y limitaciones. Será difícil sostener frente a nosotros mismos aseveraciones tales como que “decidimos mal por culpa de...” Es el momento de hacernos cargo de nuestra responsabilidad por aquello que sí podemos y por lo que está fuera de nuestra posibilidad realizar.

Entonces:
¿Qué posibilidades tenemos?,
¿Qué permisos nos damos?,
¿Con qué recursos contamos como para encontrar alternativas que nos permitan sortear las dificultades y afrontar el cambio?

¿Hasta dónde estamos comprometidos con nosotros mismos para hacer lugar a aquellos anhelos que, quizás han esperado tanto tiempo para convertirse en deseos?

¿Qué nos dicen nuestras convicciones personales acerca de si debemos, si podremos, e incluso si nos merecemos hacer lugar a nuestros deseos?

¿Somos conscientes que si queremos ganar protagonismo en nuestras vidas esto tendrá un precio que será el precio del cambio, que habrá que cotejarlo con el precio del no cambio?, pues permanecer en la situación en que estamos no resulta gratis una vez que se instaló el deseo de cambiar. ¿Estamos en condiciones de afrontar ese costo?

Cuando llegamos a este planteo es un signo claro de que cada vez queda menos espacio para los “juegos psicológicos” conque nos hemos venido distrayendo, en procura de evitar hacernos cargo del costo de asumir los riesgos por transitar el camino del cambio necesario.

Si esta descripción nos resulta conocida es porque alguna vez hemos atravesado momentos similares o porque hoy mismo estamos inmersos en uno de ellos y reconocemos entonces lo que es un estado de ansiedad o de angustia.



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