46
Publicaciones Semanales Breves 46 - 29 09 2017
|
SALUD
Y STRESS - Trabajar sobre Uno Mismo Mejora el Stress
Cuando fuimos niños nuestros padres guiaban nuestro
desarrollo. Ellos eligieron por y para nosotros, establecieron prioridades,
decidieron sobre lo bueno y lo malo, lo que debíamos emprender, lo que
deberíamos esperar e incluso, sobre aquello que no sería para nosotros.
Luego, con el
crecimiento, al convertirnos en personas “más mayores”, más autónomas;
desarrollamos el sentido de responsabilidad que nos llevó a hacernos cargo de nuestras
decisiones y el consiguiente resultado en términos de crecimiento personal y
profesional.
En nuestro camino,
con frecuencia hemos tenido que atravesar situaciones difíciles, experimentando
así dificultades para hacernos cargo de nuestras propias decisiones.
Así hace su
aparición entonces la queja. En infinidad de situaciones oímos a la gente
quejarse por “lo que no pudo alcanzar”, “por la mala suerte”, etc. Sepamos que
cuando quedamos atrapados en la queja nos paralizamos y perdemos nuestra
potencia creadora.
El circuito que se
produce es el siguiente: Al quejarnos producimos un breve alivio por la
descarga que realizamos. Pero tengamos presente que este alivio va acompañado
de algunos elementos tóxicos, que podemos identificar, por ejemplo, en cierto
sabor amargo, acidez estomacal, desgano, “nerviosismo” u otros síntomas que se
localizarán en alguna parte del cuerpo.
En realidad lo que
trata de hacer nuestro organismo con ello es avisarnos que algo no está
funcionando bien. Pero nuestro sistema perceptivo no siempre registra e
interpreta esos mensajes como avisos que dan cuenta de algún estado de
insatisfacción.
Mecanismos
de Regulación
La naturaleza nos
ha dotado de inteligentes sistemas de alarma y auto-regulación mediante los
cuales podemos restablecer el equilibrio cuando éste se ha alterado. Así
cumplen con su cometido de preservar la salud.
La sensación de
cansancio, los trastornos en el sueño, la irritabilidad, las contracturas
musculares y muchos otros síntomas constituyen las señales de ¡Cuidado!,
¡Despacio!, ¡Pare!. Y muchas veces desafiamos a estos sistemas pretendiendo no
escucharlos.
Son mecanismos de
auto-cuidado que cuando no los registramos, cuando nos tornamos “sordos” a
tales mensajes y se mantienen a lo largo del tiempo, terminan enfermándonos,
con síntomas aislados primero, luego con su instalación definitiva y más tarde
con la estructuración de la enfermedad.
Resulta
sorprendente ver como al hacer las cosas en oposición con nuestros propios
deseos, podemos llegar a generar una úlcera gástrica, un trastorno
cardiovascular, insomnio, dolores de cabeza intensos e incluso un cáncer.
El sentimiento de
inseguridad y sus consecuentes temores, o la sensación de impotencia que
sentimos frente a la percepción de cambios que serías bueno encarar o tomar nuevos
desafíos, nos llevan a desarrollar una “ceguera” que nos impide valorar la
dolencia e interpretar su mensaje para comprender profundamente lo que nos está
ocurriendo y pensar en qué debemos hacer para modificar la tendencia de la
situación.
Darse
Cuenta
Es probable (y
deseable) que en algún momento nos preguntemos ¿para qué desarrollamos esta
“sordera/ceguera”, cual será el beneficio secundario, para qué podrá
resultarnos útil?
Este interrogante
suele surgir natural y espontáneamente en uno mismo, o lo que es más frecuente,
en el marco de una situación de encuentro afectivo, de respeto y cuidado mutuo,
en situaciones vinculares saludables y obviamente, también en el contexto de
una buena psicoterapia.
La vida es generosa
y siempre se nos presentará la oportunidad de encontrarnos en alguna situación
en que nos conectaremos con esta reflexión. Esto no es algo que ocurra por
casualidad. Es un momento de “despertar”, de apertura. También lo es de crisis
y genera inseguridad, temores. Con frecuencia, hasta un incremento pasajero de
la dolencia.
Si nos conectamos
con nuestro sufrimiento, su percepción será el inicio de un camino hacia la
apertura de nuestra conciencia.
Cuando se ha iniciado
este proceso de darnos cuenta, resulta imposible el regreso a estadios
anteriores. Cualquier intento de calmar nuestras propias ansiedades
pretendiendo no mirar lo que se nos ha revelado, será sólo un intento fallido
de convencernos a nosotros mismos de algo que no nos resultará ya creíble.
En este punto el
sentimiento de soledad se hace más grande e intenso y muchas veces va
acompañado de fantasías que nos hablan de que no podremos cambiar.
Resulta claro
entonces que hay cosas en nuestras vidas sobre las que nadie más que nosotros
mismos puede hacer algo para modificarlas. En el mejor de los casos, alguien
puede acompañarnos, pero no podrá hacer por nosotros lo que no podamos hacer
nosotros mismos. Nos conectamos así con nuestra propia responsabilidad de
decidir.
Hacernos
cargo
Desde esta
conciencia de soledad adulta ya no podremos pretender responsabilizar a nadie
por nuestros propios desaciertos. Quedamos confrontados con nuestras
capacidades y limitaciones. Será difícil sostener frente a nosotros mismos
aseveraciones tales como que “decidimos mal por culpa de...” Es el momento de
hacernos cargo de nuestra responsabilidad por aquello que sí podemos y por lo
que está fuera de nuestra posibilidad realizar.
Entonces:
¿Qué posibilidades
tenemos?,
¿Qué permisos nos
damos?,
¿Con qué recursos
contamos como para encontrar alternativas que nos permitan sortear las
dificultades y afrontar el cambio?
¿Hasta dónde
estamos comprometidos con nosotros mismos para hacer lugar a aquellos anhelos
que, quizás han esperado tanto tiempo para convertirse en deseos?
¿Qué nos dicen
nuestras convicciones personales acerca de si debemos, si podremos, e incluso
si nos merecemos hacer lugar a nuestros deseos?
¿Somos conscientes
que si queremos ganar protagonismo en nuestras vidas esto tendrá un precio que
será el precio del cambio, que habrá que cotejarlo con el precio del no
cambio?, pues permanecer en la situación en que estamos no resulta gratis una
vez que se instaló el deseo de cambiar. ¿Estamos en condiciones de afrontar ese
costo?
Cuando llegamos a
este planteo es un signo claro de que cada vez queda menos espacio para los
“juegos psicológicos” conque nos hemos venido distrayendo, en procura de evitar
hacernos cargo del costo de asumir los riesgos por transitar el camino del
cambio necesario.
Si esta descripción
nos resulta conocida es porque alguna vez hemos atravesado momentos similares o
porque hoy mismo estamos inmersos en uno de ellos y reconocemos entonces lo que
es un estado de ansiedad o de angustia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario